Una tarde, mientras Gigi practica, Ticu y Dora se acercan con cara de enojo.
—Escucha, Gigi —dice Ticu—. No queremos que un gallo haga el ridículo en el concurso. ¡Yo debería ganar, no tú!
—¿Y qué hay de mí? —añade Dora—. Mi graznido es especial. Tu canto no es más que un chillido fuerte. ¡No perteneces a este concurso!
Caminan a su alrededor, hablándole en tonos altos y burlones. Gigi empieza a dudar. Tal vez su voz no sea buena. Los demás animales no parecen apreciarla. Pierde la confianza. Triste, se disculpa con Ticu y Dora por querer participar en el concurso. Luego, abandona su sueño y nunca vuelve a intentarlo.
Desde ese día, los animales de la granja ya no ridiculizan su canto, sino que lo admiran. El sueño de Gigi se ha hecho realidad porque creyó en sí mismo, incluso cuando nadie más lo hizo. Cada mañana, el canto de Gigi resuena por toda la granja, recordando a todos que, para brillar, hay que seguir la voz interior. Gigi ganó, a pesar de todas las burlas y dudas.