Nuestra maestra vio lo que estaba pasando y lo detuvo rápido. Dijo a la clase que eso estaba mal. Los niños la escucharon y empezaron a pedirle disculpas a Sarah. La abrazaron y la hicieron sentir bienvenida.
Desde ese día, Sarah y yo nos hicimos mejores amigos. Nos sentábamos juntos en clase, jugábamos en los recreos y pasábamos tiempo después de la escuela. Toda la clase se hizo muy unida. Nos ayudabamos, aprendíamos juntos y lo pasábamos genial. ¡Todos decían que éramos la mejor clase de la escuela!
Ese primer día de clases me enseñó algo muy importante: en vez de burlarnos de alguien, debemos intentar entenderlo y ayudarlo. Ser amables puede darle a alguien la confianza que necesita para sentirse parte de un nuevo lugar.